miércoles, 31 de agosto de 2022

lunes, 30 de mayo de 2022

PASES...


Últimos pases
Centros Cívicos
19 horas

**Bailarín Vicente Escudero          10 junio
**Pilarica                                        16 junio
**Esgueva                                       18 junio




PASES PRIMAVERA 2022


Centro Cívico Rondilla, jueves 5 de mayo:  18,30 - 20,30 h.

Centro Cívico Canal de Castilla, viernes 6 mayo: 18,30 - 20,30 h.




PASES OTOÑO 2021

CENTROS CÍVICOS DE VALLADOLID

Zona Este (Pajarillos)--------------- martes 26 octubre 11 horas

José Luis Mosquera ----------------  jueves 4 noviembre 19 horas

Delicias------------------------------- sábado 20 noviembre 18 horas


BIBLIOTECA PÚBLICA Valladolid ---- viernes 29 octubre 19 horas

                                                                                   


MIERES

Auditorio Teodoro Cuesta----------miércoles 27 octubre  20 horas



CASA ZORRILLA

Jueves 19 agosto -------------------------- 21 horas

Miércoles 25 agosto ---------------------- 21 horas

lunes, 15 de noviembre de 2021

IN PROGRESS

 

Presentación en la casa Zorrilla. 19 agosto 2021


Los libros de Arturo...  Centro Cívico José Luis Mosquera. 4 noviembre 2021



sábado, 28 de enero de 2017

LA NOCHE EN QUE CAYÓ EL MURO DE BERLÍN... por Alfonso Lly

La noche en que cayó el Muro de Berlín yo estaba trabajando en Indal. Supe de la noticia a las siete de la mañana, al abandonar la fábrica. Acudía a ella y luego regresaba a casa en compañía de Félix, dentro de su Seat 133 de color blanco, y en la radio de éste nos enteramos del histórico acontecimiento. No es que la noticia nos pillara de sorpresa, pues la presión que se direccionaba sobre aquella acción venía siendo inequívoca sobre su resultado final desde hacía muchos meses, pero nos cogió a aquella hora del día, recién terminado nuestro turno de trabajo, sin saber qué decir, sin saber si alegrarnos o apesadumbrarnos, al menos en lo que a mí se refería. Félix parecía mantener la misma actitud de escepticismo y circunspección, aunque sí recuerdo en su mirada cierta intención aviesa y una mueca que torcía un punto sus finos labios, que en un momento del trayecto esbozaron un lacónico e inquietante “No sé yo…” que quedó suspenso en el aire como el humo de mi cigarrillo Ducados, que yo fumaba pausadamente para acompañar la relajación del comienzo de mi tiempo de asueto después de terminado el tajo. 
Félix era la bondad personificada, al menos en el tiempo en que yo le conocí. Era un hombre delgado, de mediana estatura, a quien las arrugas de su rostro y su cabello completamente gris delataban la proximidad de su edad de jubilación. Era una persona que se mostraba afable en el trato y prudente en el hablar, siempre muy pausado, sin levantar una voz por encima de la otra. Se podía afirmar que Félix, además de la bondad que decíamos antes, era también la personificación de la moderación. Se había pasado la vida metido en aquella fábrica, donde ingresó en su ya más que remota juventud, cuando la factoría se ubicaba todavía en la carretera de Burgos. Nunca le escuché maldecir por ello su destino, pero tampoco se enorgullecía de él, y sin duda habría aceptado gustosamente que su transcurso en la vida hubiera ostentado otra condición que la de empleado en una planta fabril. De quien sí hablaba muy orgullosamente era de sus hijos, de los que se podía considerar que eran su gran obra en la vida, lo que le daba sentido. Creo que eran dos los que tenía, no lo recuerdo bien, pero sí lo hago de uno de ellos, a quien nunca llegué a conocer personalmente, pero que salía múltiples veces en nuestras conversaciones de ida y venida hacia la fábrica. 
Por aquel entonces yo era principalmente estudiante, más que un obrero al uso, y lo de estar en la fábrica era para mí un medio de aportar en casa para costear mis estudios. Aquel era el primer empleo en el que me dieron de alta en la Seguridad Social, aunque mi inquietud por aquel entonces era aprobar las dos asignaturas que me quedaban para terminar el COU y poder empezar el año siguiente en la universidad. Y en aquellas pláticas que mantenía con Félix sobre la marcha de mis estudios, asunto por el que mostraba curiosidad e interés, salió lo de su hijo, que era profesor de Cálculo en la Facultad de Ingeniería. La verdad es que aluciné bastante la primera vez que Félix me reveló aquel dato familiar, acentuado por el hecho de ser yo estudiante de letras puras, Latín y Griego, y que siempre había sido muy malo en Matemáticas, lo que aumentaba mi admiración hacia aquel brillante hijo de obrero que desempeñaba tan cualificada ocupación. Hasta hacía no muchos años habría sido impensable que el hijo de un operario de fabricación llegase no solo a estudiante en la universidad, sino a ocupar una cátedra en la misma, y no de cualquier materia, Cálculo, nada más y nada menos. No era nada fácil para un pobre llegar a tanto, pero al menos era posible. Evidentemente aquel chico habría estudiado con becas o alguna otra ayuda del Estado, aunque el esfuerzo principal habría salido de sus progenitores y el parco salario que su padre obtenía gracias a su trabajo en la fábrica. 
Ahora, pasados los años y hasta los lustros y las décadas desde el hecho del que hablábamos al principio, la caída del Muro, se empiezan a ver las cosas desde su perspectiva histórica, y me resulta inevitable enlazar ambas cuestiones, el derribo en Berlín y que el hijo de Félix, el obrero ejemplar, mejor compañero y mucho mejor aún persona y padre, ocupara la cátedra de cálculo en la Escuela de Ingenieros, pues encarnaba algunos aspectos del enfrentamiento entre comunismo y capitalismo, al menos en cuanto a persuadir individuos para atraerles a la causa se refería. “No os hagáis nunca comunistas”, se les decía a los trabajadores en occidente, “Que nosotros daremos educación y estudios a vuestros hijos”. “No os hagáis nunca comunistas, que nosotros os proporcionaremos sanidad pública”. “No os hagáis nunca comunistas, que con nosotros tendréis derechos en vuestros trabajos, y descansos, y vacaciones, y pagas extraordinarias… “No os hagáis nunca comunistas, que con nosotros tendréis coche y casa y calefacción.”  “No os hagáis nunca comunistas, que con nosotros tendréis pensión de jubilación”, etcétera, etcétera, etcétera. El comunismo era una amenaza seria y temible para los poderes establecidos de occidente, aun cuando su fiasco era palmario y notorio en las regiones del mundo donde estaba aún vigente, parecía estar cosechando sus mayores éxitos allende de sus fronteras, pues parecía ser el motor que propiciaba que los trabajadores occidentales tuvieran derechos, en forma de concesiones y prebendas que les concedía el capitalismo como forma de que impedir el trasvase de aquellos a las filas del enemigo.  
Recuerdo que por aquel entonces, cuando la década de los ochenta daba sus últimas bocanadas se empleaban expresiones como “Sociedad del ocio” que se suponía era lo que nos aguardaba para el porvenir a la generación de los que entonces éramos jóvenes y adolescentes, y adelantos por el estilo que harían de nuestra existencia un transcurrir paradisíaco, donde todos seríamos participes de los grandes avances y descubrimientos de la moderna humanidad. Occidente, el capitalismo, la democracia eran el bien, los buenos, las únicas entidades capacitadas para proveernos de aquel chorro de felicidad inagotable, que además crecería y crecería de forma exponencial e incalculable, todo al servicio de nuestra  placentera y eterna satisfacción. Y muchos hasta se lo empezaban a creer. Por eso la caída del Muro sería acogida por la mayoría de la sociedad occidental como una excelente noticia, pues se pensaba que aquel idílico futuro que se presentaba ante nosotros estaría mejor asegurado en un mundo en paz, sin tensiones ni bloques enfrentados, y que gracias al capitalismo ya no tendría sentido la lucha de clases, pues todos íbamos a ser prácticamente ricos en muy poco tiempo, y que ya no tenían razón de ser las ideologías, ni las izquierdas, ni las derechas, que todo aquello había sido superado y el desmoronamiento del Telón de Acero era la encarnación de todo ello, la personificación de la más idílica de las realidades. Hasta los propios partidos comunistas, los más históricos, y no digamos ya los socialistas y socialdemócratas, entraron en plenos periodos de crisis de ideas y valores, constatando lo bien que funcionaba el capitalismo y lo mal que le pintaba al comunismo, y renegaban muchos de ellos, los que ocupaban escaños en los parlamentos y funcionarios en las instituciones, de sus siglas, de sus símbolos, de sus banderas, de sus presupuestos teóricos y de su argumentario tradicional, y saludaron la caída de la berlinesa pared con el optimismo y el beneplácito que dictaba la saludable democracia y se sumaron a la euforia de una paz y un progreso universales, ya sin bloques enfrentados políticamente y sin Guerra Fría.
Ahora, sin embargo, casi treinta años después desde aquella noche otoñal de noviembre de 1989, qué pensar de todo aquello. Por aquel entonces, once años antes de que el siglo XX llegara a su fin, trabajar de obrero en una fábrica era poco menos que una maldición, una desgracia humana, un síntoma de fracaso personal y vital. “Fábricas y fábricas, ¡oh, no: mataderos!, cantaba La Polla Records en uno de los temas de su Disco Negro, y así era ciertamente. Muy pocos identificaban aquella forma de vida como algo que se asemejara a la idea de la felicidad, y el trabajo, en general, se concebía como una moderna forma de esclavitud. Incluso aún se utilizaban con frecuencia términos de acuñación marxista como “alienación”, “explotación del hombre por el hombre”, “apéndices de la máquina” “enajenación de la conciencia de clase”, y otras muchas con las  que se había tratado de describir la condición hasta entonces de la clase trabajadora. Y sin embargo cuántos hoy en día daría un riñón y hasta los dos por ocupar un puesto de trabajo en una cadena de montaje o en una obra o para barrer la calle. Fijémonos dónde hemos llegado. ¿No tendrá todo esto algo qué ver con la caída del Muro de Berlín y el ideal de la sociedad comunista? El comunismo, cierto era, había fracasado en la Unión Soviética y resto de naciones adscritas a su órbita, pero, curiosamente, lo decíamos antes, había cosechado sus éxitos traspasando sus fronteras, pues del temor que provocaba en los poderosos occidentales provenían las prebendas y concesiones hacia sus súbditos de la clase obrera y trabajadora, aquellos susceptibles potencialmente de poder hacer algún día la revolución, merced a una hipotética alianza internacional con la horda roja, “La hidra que podría llegar contra los ricos”, que diría Eduardo Haro Tecglen. El capitalismo se había esforzado hasta aquellas fechas por contener el estallido de sus masas, contentándoles en sus necesidades de educación, de sanidad, de derechos laborales, de pensiones… Pero el objetivo no era satisfacer de buena gana aquellas necesidades de sus poblaciones, sino el que éstas no se pasaran a la causa del enemigo, que el estabilsment  no se viera amenazado, ni alterado el status quo de liberalismo dominante. 
Ahora parecemos darnos cuenta de la engañifa, ahora que ya no existe aquel poderoso enemigo al que había que hacer frente, ahora, cuando aquel fantasma que recorría el mundo ya no asusta a nadie, ahora que ya por fin todo es capitalismo nihil obstat para llevar el capitalismo a sus extremas consecuencias. Ahora es el momento de que todos se enteren de quién manda aquí, de quien pone las normas. Ahora ya se puede chulear sin prejuicios a los trabajadores, privarles de sus presuntos de derechos, ¡ja!, negarles el pan y la sal. Y por supuesto es el momento de especular con la vigencia de aquellas mitificadas joyas de la corona, especular con el derecho a la educación universal, intimidar con lo inviable del mantenimiento de una sanidad pública, amenazar con la imposibilidad del derecho a un salario digno y a una pensión de jubilación, mercadear con el derecho a disfrutar de una vivienda digna; convertir aquello que mencionábamos antes como “sociedad del ocio” en una prolongación ab infinitum de la edad de jubilación, etcétera, etcétera, etcétera…
No sé qué habrá sido de Félix, mi primer compañero de trabajo, probablemente ya haya fallecido, pero sí así ha sido lo habrá hecho en la paz de haber conseguido para sus hijos un futuro increíblemente mejor que el que él pudo desarrollar. Cuántos, sin embargo, pueden hoy en día, asegurar a sus hijos que,  tal como debería ser lo natural, el sucesor viva en mejores condiciones que el antecesor. Gatillazo lo dijo muy bien en su primer disco, después de que Evaristo dejara La Polla y fundara con unos chavales su actual grupo, “Nunca más vais a tener trabaaaaajo… Se acabó, es el fin, ya nadie necesita un proletario feliz… Habéis vendido la lucha finaaaaaaaal…”


Alfonso Lly